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¿Por qué a las mujeres no nos dejan envejecer y punto?

No teñirse las canas y lucir libremente los signos de la edad en la piel, con el tiempo y probablemente con la pandemia, ya no parecen un acto de rebeldía. Es que, hace unos años, tener 55 y parecerlo, sin hacer el esfuerzo por ocultar la propia edad, se criticaba y se interpretaba como un signo de poca feminidad y desidia. Las críticas, especialmente dirigidas hacia las mujeres, sonaban como: ‘¿por qué no se cuida y se avejenta con esa ropa?’ o ‘¡qué arrugada está!’, y las teníamos totalmente normalizadas. ¿Por qué a las mujeres no nos dejan envejecer y punto?

Para Carolina Mutschler, psicóloga clínica especialista en bienestar y calidad de vida de la mujer, esta crítica tiene que ver con una creencia patriarcal que les impone a las mujeres un modelo hegemónico de belleza, con un ideal muy palpable, que incluye patrones estéticos dominantes, encarnados en una mujer caucásica, occidental, cisgénero, con un cuerpo joven, firme y tonificado, algo que, “paradojalmente, la gran mayoría de las mujeres no tenemos, lo cual lo convierte en un modelo inalcanzable y segregador, que le exige a la mujer mantenerse por siempre joven, negando todo signo de envejecimiento, proceso que es invisibilizado porque cuando esta vejez ‘se ve’, se asocia a una etapa congelada, improductiva, algo contrario al valor que la sociedad patriacal le ha atribuido históricamente a la mujer: su potencial reproductivo y su capacidad de gestar”, asegura.

En el libro “El calibán y la bruja”, SIlvia Federicci explica cómo en la Europa de la Edad Media se reforzó el rol gestante y la maternidad como un mandato superior, al servicio de la comunidad, asociado a la divinidad, con una fuerte impronta de valores judeocristianos. La intención en principio era aumentar la población flotante en el viejo continente, algo que posteriormente se transformó en una forma muy eficaz para excluir a la mujer de los espacios públicos y de trabajo. Un mandato de género que para Mutschler se ha ido deconstruyendo con los años gracias al aporte del feminismo, pero que, pese a esos esfuerzos, sigue siendo determinante en la construcción social del ser-mujer y de lo “femenino”.

“Aquellos mandatos sociales que suponemos nos definen como mujeres y que tanto nos limitan, se convierten sobre todo para la mujer mayor en un peso enorme, muy difícil de sostener porque la construcción social de “ser-mujer” está muy condicionada por estereotipos de belleza restrictivos, determinantes y rígidos. Tanto así, que la aceptación y aprobación social dependen en gran parte de cuán bien se ajusta al modelo hegemónico, invisibilizando el resto de los atributos y capacidades de la mujer. Esto influye en que signos propios de la vejez, como las canas, las arrugas o la flacidez sean severamente castigadas, haciendo tambalear nuestra validación social. Como consecuencia, vemos cómo muchas mujeres no se visten de una y otra forma por miedo a verse ‘avejentadas’ o al contrario, ‘aloladas’, con un miedo a hacer el ridículo”, puntualiza.

Y es que esta mirada de la vejez como una etapa congelada e improductiva, tiene que ver con el estigma social que existe en torno a las personas mayores, algo que según explica la psicóloga Agnieszka Bozanic, presidenta de la fundación GeroActivismo, conduce a conductas discriminatorias que pueden tener consecuencias en su salud mental, que se traduce en problemas de autoestima, cuadros depresivos e incluso, según un estudio de la Universidad de Yale, puede llegar a reducir la vida de quienes interioricen de manera negativa su envejecimiento en hasta 7,5 años menos, en comparación con las personas que tienen una visión positiva del envejecimiento propio, lo que, para la psicóloga, representa un problema nocivo para la sociedad.

“Existe una discriminación que se llama viejismo, que es la discriminación por motivos de edad hacia las personas mayores, donde están involucrados los estereotipos, los prejuicios y las conductas discriminatorias, algo que está presente en todas partes, en diferentes dimensiones y niveles. Aunque no lo parezca, cuando uno tiene 3 años comienza a interiorizar estereotipos negativos acerca de las personas mayores, de la edad, el envejecimiento y las vejeces y cuando somos mayores empezamos a actuar según la profecía autocumplida, que es comportarse según los mandatos sociales que circundan nuestra edad, como quedarse en casa, aislarse, no poder usar cierta ropa, usar cierto corte de pelo, usar ciertos colores para vestirse o, en el caso de las mujeres específicamente, ocultar los signos de la edad tiñéndonos el pelo y ocupando tratamientos para esconder las arrugas”, explica la presidenta de la fundación GeroActivismo.

En Chile, según lo demuestra el estudio “Situación y Autopercepción de las mujeres”, realizado por la Fundación Todas y Cadem, un 45% de las mujeres mayores de 55 años se han sentido discriminadas o violentadas por el hecho de ser mujer, un dato no menor, considerando que, según las expertas, este tipo de discriminación viene incluso de manera subliminal, desde la industrial la belleza, los medios de comunicación y la publicidad. Pero no todo está perdido: para combatir esta discriminación, Bozanic asegura que el contacto intergeneracional, es decir con personas mayores o menores a nosotros, puede ayudar a entender que esos estereotipos que aprendimos, como que las personas mayores son mañosas, enfermizas o depresivas, se desaprendan y se derriben.

Otro factor que puede ayudar, asegura la psicóloga Carolina Mutschler, es educar desde temprana edad de una manera no sexista: “Bien sabemos que en los niños reforzamos la idea de que son fuertes e independientes y en las niñas, en cambio, lindas y vulnerables. En el caso del hombre, las características que adquieren valor social pasan menos por lo corporal, por lo que dependen menos del paso inevitable del tiempo. Y aunque este paradigma pareciera estar cambiando, mostrar signos de vejez sigue siendo mucho más castigado en mujeres que en hombres y la gerontofobia –el terror a envejecer– es más dominante en ellas”, explica.

Hace unas semanas, Agnieszka junto a un grupo de abogadas presentó una iniciativa popular para que sea considerada y discutida en la Convención Constitucional, que busca el “reconocimiento constitucional de las personas mayores para el trato no discriminatorio y la garantía de sus derechos” para, justamente, poner en el centro los derechos humanos de las personas mayores, pues “en el último tiempo, han sido consideradas como un objeto de caridad bajo un paradigma asistencialista y biomédico, que afecta a las instituciones que se hacen cargo de la calidad de vida de las personas mayores, como el Senama, que no cuenta con el presupuesto adecuado”, concluye.

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